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Cronologia - Emil Cioran: una vida, una obra

Hijo de un pope ortodoxo y de una mujer no muy religiosa, pero sensible a la música, Emil Cioran nació el 8 de abril de 1911, en el pequeño pueblo de Rasinari, en Transilvania (Rumania). Su infancia no podría haber sido más feliz; Cioran paseaba por los bosques y montañas de Rasinari, a los cuales se refiere como el paraíso terrestre, que ha sido forzado a abandonar a los diez años para moverse a la vecina Sibiu (Hermannstadt, en alemán). “Yo amaba enormemente aquél pueblo (...) y jamás podré olvidar el día, ni tampoco la hora, que mis padres me sacaran de ella. Ellos habían alquilado un auto, y yo lloraba, lloraba todo el tiempo, puesto que tenía el presentimiento de que el paraíso se había terminado.” En Sibiu, Cioran ingresa en el Liceo Georghe-Lazar y pasa a vivir en una pensión junto a otros niños, con el intuito de aprender la lengua alemana.

Por vuelta de sus cinco años, el pequeño Emil experimenta por la primera vez el sentimiento del ennui, que produce en él una sensación de vacío la cual nunca va a olvidar y que le acompañará para siempre. El ennui es una especie de tedio, pero no aquél cotidiano, que se puede combatir con las distracciones y la conversación, sino un tedio fundamental de lo cual no se puede escapar. “Jamás olvidaré esta experiencia. Me refiero al vacío esencial, que es una extraordinaria tomada de consciencia de la soledad del individuo… Esa es la razón por la cual me intereso por el ennui monástico, la acedía, el hecho de que la vida monástica es presidida por la tentación, por el peligro del ennui. Los monjes egipcios son siempre descritos parados delante de la ventana, esperando vaya saber qué. El ennui es la gran amenaza espiritual, una especie de tentación diabólica” (CIORAN, Entretiens). Un detalle importante relacionado a la infancia de Cioran es la relación conflictiva que mantenía con su padre, debido al hecho de que este tenía el sacerdocio cristiano por profesión.

Lector de Nietzsche y, así como él, en guerra con el Cristianismo, Cioran odiaba el oficio de su padre. “No me gustaba tener un padre cura. Una cuestión de orgullo puesto que, para mi, creer en Dios significaba humillarse” (CIORAN, Entretiens). Desde niño, demostraba una tendencia de negación y de huida de la fe cristiana, que consideraba absurda, injustificable. “¿De que sirve tener la fe si uno sufre tanto, si uno es víctima todo el tiempo?” (CIORAN, Entretiens). Cuando su padre hacía las oraciones, Cioran salía en disparada para su cuarto, pues no quería oírlas. Sin embargo, la religión tiene un valor ambiguo para él, que años más tarde sufrirá una crisis religiosa y mantendrá, hasta el final de su vida, un interés significativo no solamente por los místicos cristianos como también los orientales. Aunque fuera ateo, Cioran se considera un espíritu religioso. Años más tarde, ya en Paris, confesará: “Yo no creo en Dios y no por eso dejo de ser religioso. Mi actitud en relación a la religión permanece la misma hoy, una mezcla de tentaciones contradictorias” (CIORAN, Entretiens).

Desde tierna edad, Cioran es un lector voraz: devora escritores y filósofos de su país bien como extranjeros. A los diecisiete años, se inscribe en la Facultad de Literatura y Filosofía de Bucareste y pasa a se interesar por los autores alemanes: Schopenhauer, Nietzsche, y también Heidegger, Simmel, Weininger, entre otros. Juntamente con sus amigos y compatriotas, Mircea Eliade y Eugene Ionesco, Cioran hace parte de la “Tinara Generatie”, la joven generación rumana de los Treinta. En su juventud, escribe regularmente artículos para periódicos y revistas literarias. Sus intereses en esta época son la cultura y la política, temas sobre los cuales escribe con un estilo académico que luego abandonará. Los escritos de juventud presentan un Cioran preocupado con la situación social, política y cultural de la Rumania, abordando los problemas puntuales que percibía como obstáculos para su avanzo. Su envolvimiento con la Guardia de Hierro, movimiento de extrema derecha que defendía la soberanía rumana y su emancipación radical de elementos extranjeros, es una sombra que siempre acompañó a su imagen, sobretodo debido a críticos de mala fe que intentaran con esto disminuir el valor y la legitimidad de su obra.
Años más tarde, Cioran pasará por un período de extrema importancia, cuando comenzará a sufrir longas y insoportables crisis de insomnio. Queda días cerrado en su habitación o, para el desespero mayor de su madre, sale en la madrugada para deambular por las calles oscuras de Sibiu. Alternando entre la biblioteca y el burdel, traspasa noches enteras sin dormir, leyendo libro tras libro o caminando por los callejones de aquella ciudad medieval, en compañía de los pordioseros y de las prostitutas, con los cuales le gustaba charlar. Cioran no sale incólume de este terrible drama: su salud y sus nervios son destrozados, y el insomnio transfigura toda su manera de ver el mundo. Es, pues, “un drama que ha durado muchos años e que me ha marcado para el resto de mi vida. Todo lo que he escrito, todo lo que he pensado, todo lo que he elaborado, todas mis divagaciones tienen su origen en aquel drama” (CIORAN, Entretiens). De esta experiencia capital, resulta su primer libro, Pe Culmile Disparàrii (“En las cimas de la desesperación”), escrito en 1932 y publicado dos años después en Rumania. “Es un libro que escribí a los 22 años, una especie de testamento, puesto que yo pensaba que iba a suicidarme. Pero yo he sobrevivido.” El libro recibe el premio de la Academia Real para jóvenes escritores.

En 1937, escribe Lacrimi şi Sfinţi (“De Lágrimas y de Santos”), que representa la culminación de su crisis de insomnio, asomada a una profunda obsesión religiosa por los místicos y los santos cristianos. El libro escandaliza por su contenido blasfemo, aunque Cioran lo defienda de los ataques venidos de todos los lados, alegando que tratase de una obra auténticamente religiosa, la primera en los Balcanes, fruto de los estados extáticos que experimenta durante sus insomnios. Criticado por todos, desde su madre hasta lo amigo Mircea Eliade, Lacrimi şi Sfinţi tiene una recepción demasiado negativa. A empezar, es rehusado por el editor, que alega no poder publicar cosas tan terribles sobre Dios, a quien debe toda su vida. Un episodio inolvidable es cuando Cioran, harto de su mal-estar, desahoga a su madre: “Ya no puedo más!”, al que ella contesta: “Se supiera, habría abortado.” Pero de eso él se recuerda no con pesar, sino que demuestra una especie de gratitud por el hecho de que su madre ha abierto sus ojos para su propia contingencia. En el mismo año de 1937, Cioran decide moverse para Francia con la intención inicial de escribir una tesis sobre Bergson, pero nunca la termina y, en su lugar, opta por conocer el nuevo país de bicicleta. Ahí, entonces, tras las fatigantes jornadas que hace pedaleando, consigue curarse del insomnio y volver a dormir normalmente.

“No se habita un país, se habita una lengua. Una patria es eso y nada más” (CIORAN, Ese maldito yo).

Tras escribir, mientras vive ya en Francia, más dos libros en rumano - Amurgul Gânduriol (“El Ocaso del Pensamiento”) y Îndreptar Patimaş (traducido como “Breviario de los vencidos”) -, Cioran adopta entonces el francés como lengua oficial. El Précis de Decomposition (“Breviario de Podredumbre”), su libro de estreno en el francés, publicado en 1949, marca la ruptura con la lengua materna y su conversión lingüística definitiva. Por él, recibe el premio Rivarol, el primer que le es ofrecido y el único que acepta. Desnecesario decir que el Breviario es un marco en su carrera, quizás el libro más conocido e más leído de Cioran alrededor del mundo. Lo ha reescrito cinco veces hasta considerar el manuscrito digno de ser enviado al editor, después que un conocido parisiense le dije que escribía en “un francés de meteco.” Escrito en una prosa poética llena de idiosincrasias y de interjecciones, el Breviario presenta un lenguaje demasiado efusivo si comparado a la concisión lingüística de sus libros posteriores. Sin embargo, el libro agrada a la crítica francesa haciéndola indagarse quién es Cioran, ese ilustre desconocido.

Muy peculiar es la relación de Cioran con París. Si había sido expulso del paraíso, ahora opta de buen grado por vivir en “el punto más lejano” de él (CIORAN, Silogismos de la amargura). Una relación de amor y odio, en efecto. Cioran siéntese acogido en París, puesto que su atmósfera fatigada y crepuscular mantiene una íntima afinidad con la tonalidad afectiva del yo cioraniano. Sus amistades parisienses son parte importante de su vida francesa; en París, Cioran conoce escritores y artistas, que, si no son citados en sus libros, reciben constante referencia en sus cuadernos y entrevistas. Dentro de Francia: Beckett, Michaux, Ionesco; fuera de ella: los españoles Fernando Savater y María Zambrano, el mexicano Octavio Paz, el poeta Paul Celan (su traductor en Alemania), entre otros.

El según libro de su carrera francesa, Syllogismes de l’amertume (“Silogismos de la amargura”), publicado en 1952, no obtiene el mismo suceso ni la misma repercusión crítica del “Breviario”. Apenas quinientos ejemplares son vendidos y la editora, Gallimard, ordena que se cancele su impresión. Sin embargo, Cioran aferrase a él como uno de sus libros predilectos, pero incomprendido por la mayoría de los lectores. Recibe, empero, una pequeña reseña en la revista Elle: “es por esto que jamás podré ser completamente antifeminista” (CIORAN, Entretiens). Tres años más tarde, Cioran publica La Tentation d’exister (“La tentación de existir”), el primer a ser traducido en los EEUU, libro que obtiene una recepción favorable de la crítica literaria francesa. En 1957, Cioran rehúsa lo premio Saint-Beuve que le es ofrecido.

En 1960, es la vez de Histoire et Utopie (“Historia y Utopía”), libro agresivo, virulento y pesimista, en lo cual Cioran lanza una mirada impiedosa sobre la civilización occidental y la utopía de la modernidad. Considerando la historia “el antídoto contra la utopía”, él propone, en oposición al sueño utópico, el Apocalipsis, mucho más coherente con el desarrollo histórico que cualquier idea de perfección o plenitud. Cioran contrapone de forma vertiginosa el absoluto al relativo, el temporal al eterno, la historia al paraíso, poniendo abajo la idea de un sentido o razón a gobernar el rumo histórico. “En el punto en que las cosas se encuentran sólo merecen interés las cuestiones de estrategia y de metafísica, aquellas que nos limitan a la historia y las que nos apartan de ella: la actualidad y el absoluto, los periódicos y los Evangelios...”

El libro siguiente, La Chute Dans Le Temps (“La Caída en el Tiempo”), viene cuatro años más tarde. Aquí, Cioran revisita el tema de la historia, pero de esta vez por una perspectiva teológica, aquella del pecado adámico y de la caída del paraíso debido a la transgresión del primer hombre, del “promotor de nuestra raza.” Cioran interpreta el desarrollo histórico como un desdoblamiento fatal de la caída original. “La maldición que pesa sobre nosotros pesaba ya sobre nuestro primer ancestro, incluso antes de que se dirigiera hacia el árbol del conocimiento.” Incapaz de permanecer en el interior del paraíso, Adán proyecta su propia ruina, buscando a la historia como refugio al tedio edénico. “Ya se manifestaba en él esa incapacidad para la dicha, esa incapacidad de soportarla que todos hemos heredado. La tenía a la mano, podía apropiársela para siempre; la rechazó, y, desde entonces, la perseguimos sin encontrarla, e incluso si la encontráramos, tampoco nos adaptaríamos a ella. ¿Qué otra cosa esperar de una carrera iniciada con una infracción a la sabiduría, con una infidelidad al don de ignorancia que nos había otorgado el Creador? Precipitados en el tiempo a causa del saber, fuimos inmediatamente dotados de un destino, pues sólo fuera del paraíso hay destino.” (CIORAN, La Caída en el Tiempo)

Detalle importante: el último capítulo de La Caída…, “Tomber du temps…” (“Caer del tiempo”), de muy gran estima para Cioran, es una referencia al drama del insomnio que ha sufrido en su juventud. “¿Existe drama mayor que caer del tiempo?” (CIORAN, Entretiens). Las paginas que concluyen “La caída…” son un testimonio de esta experiencia en la cual Cioran siéntese como que expulso del tiempo, relegado a una especie de subeternidad, de eternidad negativa. “Amontono lo gastado, no dejo de fabricarlo y de precipitar en él al presente, sin otorgarle el ocio de agotar su propia duración. Vivir es experimentar la magia de lo posible; pero cuando en lo posible se percibe incluso lo gastado que está por venir, todo se vuelve virtualmente pasado, y ya no hay ni presente ni futuro. Lo que distingo en cada instante es un jadeo, y su exterior, no la transición hacia otro instante. Elaboro tiempo muerto, me revuelvo en la asfixia del devenir” (CIORAN, La Caída en el Tiempo).

Le Mauvais Demiurge, publicado en 1969, es el libro gnóstico de Cioran, en lo cual el autor presenta su versión de la Creación por el “Aciago Demiurgo”, la divinidad maligna y errante que las sectas gnósticas antiguas sostenían haber creado este mundo de error, ilusión y sufrimiento. “Es difícil, es imposible creer que el dios bueno, el «Padre», se haya involucrado en el escándalo de la creación. Todo hace pensar que no ha tomado en ella parte alguna, que es obra de un dios sin escrúpulos, de un dios tarado. La bondad no crea: le falta imaginación; pero hay que tenerla para fabricar un mundo, por chapucero que sea. Es, en último extremo, de la mezcla de bondad y maldad de la que puede surgir un acto o una obra. O un universo. Partiendo del nuestro, es en cualquier caso mucho más fácil remontarse a un dios sospechoso que a un dios honorable” (CIORAN, El Aciago Demiurgo). En lo terreno de la religión, la gnosis ha siempre tenido para él una importancia especial, y además el propio Cioran tiene interés en reivindicar para si un parentesco espiritual con los Bogomilos, secta gnóstica que pobló los Balcanes en la Edad Media y que, igual que los Cátaros, fueron perseguidos y eliminados por la Inquisición.

“Se debería establecer el grado de verdad de una religión a partir de la importancia que ésta le otorga al Demonio: mientras más le dé un sitio prominente, más atestigua que se preocupa por lo real, rechaza las supercherías y la mentira, afirma su seriedad y le importa más comprobar que divagar, que consolar” (CIORAN, De Lo Inconveniente de Haber Nacido).

En un tono trágico y pesimista que evoca el poeta megárico Theognis (que dijo que, una vez nacido, lo mejor es traspasar lo más temprano posible los portones del Hades) Cioran escribe, en 1973, De l’inconvenient d’être né (“Del inconveniente de haber nacido”), libro en lo cual aborda, entre otros, el tema del nacimiento, identificándole pese a todo como el verdadero problema en lugar de la muerte: “Cuando uno ha agotado el interés que tenía por la muerte, y da por concluido el asunto, retrocede hasta el nacimiento, y se dispone a afrontar un abismo, también inagotable...” (CIORAN, De lo Inconveniente de Haber Nacido)

De ahí en delante, Cioran escribe cada vez menos, reservando su limitada actividad literaria a la correspondencia epistolar que tanto le gustaba. El silencio comienza a tomar lugar de las palabras que, durante tantos años, fueran empleadas con abuso y fiebre, exploradas y desgastadas ad nauseam, libro tras libro. El fervor de negación que acompañaba su vitalidad de juventud disminuye más y más, y la tarea de escritor pasa a le parecer inútil, sin sentido. “Si no escribo más, es por estar harto de calumniar el universo. Soy víctima de una especie de agote. La lucidez y la fatiga me vencieron – me refiero a una fatiga filosófica igual que biológica -, algo se ha roto en mí. Uno escribe por necesidad, y la lasitud elimina la dicha necesidad. Llega un tiempo en que todo eso deja de interesar. En otras palabras: he frecuentado personas demasiadas que escribieron en demasía, obstinadas por la producción, estimuladas por el espectáculo de la vida literaria parisiense. Pero me parece que yo también he escrito demasiado. Un único libro habría bastado” (CIORAN, Entretiens). Desde el primer de ellos, empero, Cioran ha traicionado su promesa, siempre cediendo a la tentación de escribir un nuevo libro. Iba a publicar todavía, después del “Aciago Demiurgo”, más dos libros: Écartèlement (“Desgarradura”), en 1983, y Aveux et Anathèmes (traducido en español como “Ese Maldito Yo”), en 1987. Para su desgracia, cuanto más se silencia y se retira de escena, más su notoriedad aumenta mientras que su tan estimado anonimato disminuye.

En el año de 1988, la prensa francesa intenta asesinar Cioran, difundiendo rumores de que él se había suicidado por envenenamiento. Aunque no le importasen los mal-entendidos y que incluso los cultivase como un recurso de indefinición permanente, reaparece tres días más tarde en su mansarda, en la Rue de l’Odeon. Filosofía del insomnio, de la lucidez. Inclasificable, el pensamiento de Cioran es de aquellos que no se encuadran en ningún sistema, ninguna doctrina filosófica. Pensamiento que denuncia la gratuidad de todo bien como la de si mismo, consiste en un ejercicio de desfascinación y de clarividencia. La suspensión acerca de las posiciones muy bien establecidas y dicotómicas, la no-adhesión a nada, a ninguna causa posible, es un compromiso riguroso que mantiene con la probidad, que considera necesaria a todo intelectual de buena fe. Todo se resume, en efecto, a mentir o no mentir para sí, y la clave para esto parece exigir una especie de “Pensar contra sí mismo” (título del primer capítulo de “La Tentación de existir”), única manera de evitar la auto-indulgencia y el auto-engaño. La suya es una meditación filosófica casi mística acerca del sufrimiento, de la muerte, de la Nada, del tedio, del absurdo y sin-sentido de la existencia, en fin, de las cuestiones más esénciales que, según el, pueden preocupar el espíritu humano. Una filosofía comprometida con el hombre concreto, de carne e hueso (Unamuno), que respecta sus contradicciones y conflictos. Una “filosofía de los momentos únicos” (La Tentación de Existir), con el fin legítimo de ayudarnos a soportar la vida, una forma de sabiduría para los tiempos modernos, pautada en la tomada de consciencia de la provisionalidad y de la inanidad absoluta de todo - filosofía de la inseguridad. Además, muy sencilla es la concepción que hace de su propio oficio en tanto que escritor: “Todo lo que he abordado, todo aquello sobre lo que he escrito a lo largo de mi existencia, es indisociable de lo que he vivido. No he inventado nada, he sido solamente el secretario de mis sensaciones” (CIORAN, Desgarradura).

De su madre, Cioran ha heredado la sensibilidad a la música, sobretodo la de Bach. Inestimable es el valor que la arte musical tiene para él, que la considera, a ejemplo de Schopenhauer, un pedazo del absoluto capturado en el tiempo, fenómeno puro que precede al mundo y dispensa mediaciones. “Caso límite de irrealidad y de absoluto, ficción infinitamente real, mentira más verdadera que el mundo” (CIORAN, Breviario de podredumbre), la música es, en efecto, una vía de acceso a lo divino. Puesto que, si esta palabra posee algún sentido, consiste en los estados arrebatadores, cercanos al éxtasis, proporcionados por su fruición. Bach, cuya música es “generadora de divinidad” (CIORAN, De lágrimas y de santos), es para Cioran el compositor que permite a uno evadir el cotidiano para entrever otros mundos. “Sin Bach, la teología carecería de objeto, la Creación sería ficticia, la nada perentoria. Si alguien debe todo a Bach es sin duda Dios” (CIORAN, Silogismos de la amargura).

Quien es, pues, Cioran? La pregunta permanece en abierto. Ilustre desconocido que se orgulla de no tener patria, de ser - más que político - un exilado metafísico, un diletante en la vida pese a todo “Anti-filósofo”, “místico sin fe”, “hiena nihilista”, “rey de los pesimistas” “pensador crepuscular”, “caballero del mal humor”, “bogomilo perdido en la pos-modernidad”: muchas son las maneras de calificar Cioran, pero ninguna de ellas suficiente por si sola. Su riqueza y su complejidad ultrapasan cualquier tentativa de definición, que siempre quedará reduccionista y equívoca. Cioran parece haber investido todas sus fuerzas en hacerse indefinible, lo que no significa que su obra carezca de inteligibilidad y coherencia. Él no se somete a las exigencias filosóficas y políticas de auto-definición y de tomada de partido. “No tener nunca la oportunidad de tomar partido, de decidirme o de definirme: no hay deseo que tenga con más frecuencia” (CIORAN, Historia y Utopía). Su recusa radical en consentir con lo que sea es algo que contribuye para interpretaciones apresadas y equivocadas acerca de su obra, que no es, en absoluto, ni cerrada ni tampoco un sistema de pensamiento.

Un misterio y casi un tabú en su vida es la relación que mantuve, desde que llegó a Francia, con la mujer que iba a ser su gran compañera para el resto de su vida: Simone Boué. Ella trabajaba como profesora de inglés en un Liceo. Cioran no ha jamás hablado mucho sobre ella - o mejor, nada. Independiente de las razones personales por detrás de su silencio, el hecho es que los dos mantuvieran una relación sólida y perenne durante décadas. En los comienzos, aun jóvenes, dividían una habitación de hotel, pero siempre que los padres de Boué venían a visitarla, Cioran cambiaba para una habitación contigua, puesto que, según explica Simone en una entrevista, “ese tipo de situación no era una cosa absolutamente admitida” (DODILLE et LIICEANU, Lectures de Cioran). Muchas de las viajes de bicicleta de Cioran fueran hechas en su compañía. Él emplea frecuentemente, en sus cuadernos, el pronombre “nosotros”, supuestamente refiriéndose a ella. Simone Boué estuve al lado de Cioran hasta su fallecimiento. Ella murió misteriosamente dos años después, en Dieppe (donde los dos tenían una casa de veraneo), por razones hasta hoy no muy bien explicadas.

Considerado por Saint-John Perse el mayor prosador de la lengua francesa desde Paul Valéry, Cioran ha dejado una obra que se destaca por su originalidad, su fuerza y su estilo excepcionalmente bello y jovial, aunque muchas veces oscuro y macabro. Un hombre que, no obstante haya optado por el silencio, era un maestro de las palabras, un monstruo de la expresión verbal. Todas las paradojas y descompases de la razón son dotados de voz en sus escritos, en los cuales intenta alcanzar los limites de la existencia pero sin con esto recurrir a neologismos u terminologías profesionales. Caminando en la frontera entre la filosofía, la literatura, la teología y la política, Cioran ha legado a nosotros una obra de difícil asimilación, que generalmente queda entre las dos posibilidades irreductibles: las de ser amada u odiada. Él no quiere agradar a nadie, y sin embargo logra (des)fascinar el lector con el dulzor amargo que emana de sus escritos. Una gran lección de estilo, en efecto. La preocupación con esto, la asocia a los espíritus fluctuantes que carecen de certidumbres: “Con certezas, el estilo es imposible: la preocupación por la expresión es propia de quienes no pueden dormirse en una fe. A falta de un apoyo sólido, se aferran a las palabras - sombras de realidad -, mientras los otros, seguros de sus convicciones, desprecian su apariencia y descansan cómodamente en el confort de la improvisación” (CIORAN, Silogismos de la amargura). Pero no se trata solamente de elegancia estilística: es una obra profunda y desconcertante que encuentra fortuitamente, en nuestra época, una función demasiado “útil”, si es que podemos hablar de ella en estos términos: la de hacer las personas “despertaren”.

Cioran murió en Paris, a 20 de junio de 1995, acometido de Alzheimer. Sus restos mortales están enterrados en el cementerio de Montparnasse, en la misma ciudad.

Referencias:

CIORAN, E.M. Oeuvres. Quarto/Gallimard, Paris, 1995

____________. Entretiens. Gallimard, Paris, 1995.

____________. Cuadernos: 1957-1972. Traducción de Carlos Manzano, Tusquets Editores, Barcelona, 2000.

DODILLE, N., et LIICEANU, G. Lectures de Cioran. L’Harmattan, Paris, 1997.

Biografía escrita por Rodrigo Inácio - licenciado en Filosofía y Máster en Ciencias de la Religión por la Pontificia Universidad Católica de São Paulo (PUC/SP), donde ha presentado su disertación sobre E. M. Cioran: “El animal enfermo: pesimismo antropológico y la posibilidad gnóstica en la obra de Emil Cioran.” (e-mail: miasma@uol.com.br)